Ha querido el autor de esta breve obra llamar la atención mundial, a fin de que se mire con otros ojos a la llamada ocupación más antigua del mundo, partiendo de que, como apunta Hesíodo, no hay ocupación deshonrosa, por manera que no sólo carece de razón la usual estigmatización de la profesión prostibularia, sino que se está en mora de fijarse en ella de forma justiciera, reconociendo la inocultable función social pacificadora de las servidoras sexuales, como que tácitamente pregonan aquello de hacer el amor y no la guerra, con lo cual han sido sembradoras de paz social, aparte de representar el amor sin infidelidades ni traiciones, que tantas tragedias ocasiona el amor formal. Se trata de un tema que se ha prestado, se presta y se prestará a toda suerte de debates públicos, pero casi siempre faltos de la visión histórica y franca que la cuestión reclama, es decir, nunca se ha hablado a calzón quitado sobre tal inextinguible mundanal realidad humana, que incluso lleva a recordar anécdotas curiosas, como aquella de que en los tiempos de Juana de Arco, cuando con su liderazgo los ingleses que dominaban en Francia fueron derrotados y expulsados, al salir de la ciudad parisina irónicamente señalaban que cuando llegaron habían encontrado a la ciudad con muchos prostíbulos, y ahora que se marchaban dejaban sólo uno: todo París.